Pergeño esta reflexión desde el estupor más absoluto tras
el escándalo desvelado por el diario El Mundo en su edición de ayer. Mejor
dicho, tras la respuesta en forma de quasi
escandaloso silencio de la cúpula del Partido Popular a lo que se afirma con
rotundidad en su portada: “Bárcenas pagó
sobresueldos en negro durante años a parte de la cúpula del PP”.
Cada segundo que pasa sin dar la información necesaria (a
lo sumo se han afanado en negar “su” sobre) es una puñalada en el corazón de la
nación. A escasas horas del misil dirigido por el “fuego amigo” a la línea de
flotación del partido en el Gobierno y, lo que es peor, del propio sistema, la
apreciación general sobre la tibia respuesta de sus responsables va más por el
camino de que “el que calla otorga” que de por el de “todo el mundo es inocente
hasta que no demuestre lo contrario”. Ahora
intentarán aclararlo, incluso su versión podría ser creíble, pero es demasiado
tarde. Las réplicas han de ser contundentes e inmediatas y, aunque las
querellas sólo han de anunciarse tras ser presentadas en el juzgado de guardia,
debiera haberse evidenciado al menos una clara intención de interponerlas.
Ante su pasividad,
y como viene siendo habitual, los “indignados” una vez más le han vuelto a
coger la delantera, movilizándose en la calle Génova, blandiendo el diario El
Mundo como estandarte de guerra, haciendo ostentación de “superioridad” moral los
mismos que, fanática y sectariamente, lo queman en la hoguera de su particular
ira, distinguiéndolo como el “sindicato del crimen”, cuando el “aquelarre” de sus
portadas apunta a la calle Ferraz o al carrer
de Còrsega .
El asunto amenaza con convertirse en el golpe de verduguillo esperado por los que ven en la organización que nos dimos mayoritariamente, en 1978, el principal inconveniente de los males del país. Está claro que el sistema hace aguas y amenaza con hundirse llevándose por delante a tirios y troyanos, inocentes y culpables, principal motivo por el que no podemos permitirlo.
Nos las ingeniamos a las mil maravillas para señalar rápida
-y arbitrariamente- a los dirigentes corruptos, cuidándonos muy mucho de
preservar nuestro “buen” nombre (siempre son los otros), pero nos mostramos
incapaces de entonar nuestro particular mea culpa: Todos hemos contribuido (por
acción y/o por omisión) a la situación actual. Hemos sonreído y silenciado -no
denunciado como estamos obligados- las gracietas,
por ejemplo, de nuestros más íntimos defraudadores de la Hacienda Pública, de
las facturas sin IVA, del fraude del “pensionista” en las recetas médicas, de
jubilados a los 45, del acopio de medicamentos en alacenas organizadas cual
rebotica, de los falsos informes médicos que han facilitado la pensión de
invalidez a personas tan sanas de cuerpo y de mente como enfermas de
solidaridad… Hemos dilapidado el dinero público como si, efectivamente, “no
fuera de nadie”, creyendo en las bondades de la máquina de imprimir billetes,
desconocedores inconscientes de que los vencimientos del préstamo harían su aparición
más pronto que tarde, para que, llegado el momento de asimilar la lección,
nuestros dirigentes evidencien cualidades tan groseras, o más, que su propia incompetencia.
Enderecemos el sistema, reformémoslo, exijamos aptitudes y
actitudes distintas a nuestros dirigentes, combatamos –todos- la corrupción,
regeneremos las estructuras de las formaciones políticas, demandemos una mínima
formación a nuestros representantes, reivindiquemos la elección directa en
listas abiertas. La solución no está en criticar ferozmente a los partidos sino
en desmochar el exagerado poder de sus mandamases. En definitiva, demandemos más
Democracia, sin duda el mejor de todos los sistemas conocidos, y luchemos por
hacer absolutamente accesibles los impermeables cauces de participación
política actuales.
Plenamente convencido, he rechazado la idea que machaconamente me repiten: “Todos los políticos son iguales”. No puedo aceptarlo, de la misma manera que no existen dos personas iguales. Tal afirmación es una injusticia y, por tanto, mentira. Sigo creyendo que no, que la gran mayoría de políticos y de ciudadanos es –somos- gente honrada, con afán de cumplir y de servir, pero a los que ahora se les exige –se nos exige- un paso más: la pública denuncia de los que no son –no somos- como ellos. Si permanecen –permanecemos- impasibles y no luchan –luchamos- en primera línea del frente, merecerán –mereceremos- el mayor de los repudios de las generaciones venideras a las que habremos esquilmado impunemente.
La corrupción es consustancial al ser humano, nunca se
acabará, pero jamás deben bajarse los brazos en la permanente ofensiva contra
ella. Desde los primeros casos de Filesa, Matesa y Time-Export o de Juan
Guerra, denunciados por los mismos periodistas independientes, a los más
recientes de Gürtel, Campeón, Durán y Lleida, Pujol, o los EREs andaluces, la
Democracia ha sufrido sus embates pero, finalmente, ha vencido, o está en la
senda de hacerlo. Ése es el único camino a seguir y para ello es más necesario
que nunca una sociedad civil involucrada y exigente, naturalmente alejada de
sus “pequeñas” corruptelas, cuyo montante económico, de conocerse, dejaría en
pañales el volumen de lo defraudado por los mediáticos casos por todos conocidos.
Plenamente convencido, he rechazado la idea que machaconamente me repiten: “Todos los políticos son iguales”. No puedo aceptarlo, de la misma manera que no existen dos personas iguales. Tal afirmación es una injusticia y, por tanto, mentira. Sigo creyendo que no, que la gran mayoría de políticos y de ciudadanos es –somos- gente honrada, con afán de cumplir y de servir, pero a los que ahora se les exige –se nos exige- un paso más: la pública denuncia de los que no son –no somos- como ellos. Si permanecen –permanecemos- impasibles y no luchan –luchamos- en primera línea del frente, merecerán –mereceremos- el mayor de los repudios de las generaciones venideras a las que habremos esquilmado impunemente.
Francisco Romero,
presidente de la Asociación El Tercer Lado.
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Lado"