La primera derrota electoral del régimen andaluz en casi 7 lustros –muy cerquita ya de los 40 años en los que, si todo transcurre con “normalidad”, le echará la pata al anterior Jefe del Estado, compulsivo ganador de referendos- ha llegado acompañada del fracaso de los que aspiraban a finiquitarlo.
Centenares de sociólogos y “estudiosos” diseccionan en estos días las causas por las que, aún “a pesar de la que está cayendo”, en Andalucía es tan imposible una alternancia que acabe por perfeccionar la democracia como la otra cara de la moneda: una democracia que favorezca la alternancia.
La pregunta está en la calle: ¿Por qué los sondeos electorales de las elecciones andaluzas resultaron tan alejados de la realidad?
A mi modesto entender, la gaviota, emblema del Partido Popular y fuerza vencedora que no victoriosa, en un vano intento de emular al pelícano, protagonizando un fatídico gesto de amor, se ha apuñalado el pecho para alimentar con su sangre no a sus crías como se contaba del ave marina, sino a otros parásitos extraños a su especie.
No hay que buscar responsables en otras latitudes. Han sido los “fieles” del Partido Popular los que, sencillamente, no se han dado cita ante las urnas.
La celebrada reacción de la izquierda andaluza no ha existido. Su fidelidad electoral apenas ha sufrido variación desde los últimos comicios y así lo demuestran los números: En Andalucía, la suma PSOE-IU obtuvo hace un año en las elecciones municipales 1.812.324 votos y en las generales 1.950.365. Ahora se han tenido que conformar con apenas 10.000 votos más (1.960.910), en gran proporción depositados en emblemáticos colegios electorales como los de El Pedroso, Burguillos o Huévar del Aljarafe, donde la podredumbre ha sido norma y no excepción; lo que, por otra parte, deja en el alero el mediático discurso de que la izquierda castiga a “sus” corruptos en las citas electorales. Pareciera que, otra vez, lo han dejado para mejor ocasión.
El descalabro, repito, hay que encontrarlo necesariamente en el electorado del PP, en las 1.604.170 papeletas en las municipales del pasado marzo y en los 1.982.091 votos del Congreso de los Diputados de hace cuatro meses que se han borrado del “mapa político” andaluz el pasado día 25 en el que las urnas acogieron “sólo” 1.567.207 papeletas con el logotipo de la gaviota. Todo ello después de que Javier Arenas se haya pateado Andalucía durante los últimos años para convertir a su partido por vez primera en la fuerza más votada, lo que, bien mirado, no es poco.
¿Y cuáles han sido las causas por las que casi 415.000 votantes del PP “deserten” cuatro meses después?:
- La primera, que podría estimarse en un 50%, la tremenda irresponsabilidad, pasotismo e indolencia de la ciudadanía andaluza en general y del votante conservador en particular que han considerado históricamente a la Administración autonómica como un irrelevante órgano de segundo grado, inducidos sin duda por el asumido mimetismo Junta de Andalucía – PSOE que durante décadas se han encargado de propiciar sus dirigentes con la estimable ayuda de sus altavoces mediáticos.
- En segundo lugar, con alrededor del 30% de la carga, los efectos de una reforma laboral tan necesaria como mal explicada, la subida del IRPF (siempre pagan los mismos) y el anunciado recorte presupuestario hecho realidad hoy en el Consejo de Ministros, aprobados por el Gobierno de la nación (y eso que decían que no tomaba medidas) en plena campaña electoral, aunque sean consecuencia de la horrenda y quasi delictiva situación heredada.
- Finalmente, el 20% restante hay que achacarlo al conformismo inducido por las encuestas previas (todo está hecho, esto está ganado).
¿Y ahora qué?
Desde la perspectiva del funcionario andaluz, el celebrado pacto de la coalición de perdedores (PSOE-IU) tendrá en breve la oportunidad de aportar soluciones y de dar un giro de 180 grados a la endémica situación de la última región española en la gran mayoría de los indicadores. Con un sector público sobredimensionado y con la tasa de desempleo más alta de Europa, ahora no bastará para toda la legislatura con el seguro e inminente discurso victimista (“Rajoy no nos manda un euro”) que se convertirá, al menos durante unos meses, en el principal eje de su política. Pero esa soflama, tarde o temprano, tiene fecha de caducidad: gobernar significa dar soluciones a los problemas de los ciudadanos y asumir responsabilidades. Y habrá que adoptarlas. Cataluña es hoy un buen ejemplo de ello.
Al presidente Griñán, don José Antonio, que volverá a serlo sin ganar unas elecciones, y al más que seguro vicepresidente Valderas, don Diego, el de los piquetes informativos y el de las “tetas gordas” sin que la “Sección Femenina Andaluza” (Max Estrella dixit) abra la boca, le tocarán hacer encajes de bolillos para ofrecer políticas eficaces y transparentes, todo ello procurando un difícil equilibrio de manera tal que no se muevan, no se noten y no traspasen los más que seguros e inconfesables acuerdos de las nuevas agendas ocultas gestadas al margen de sus grandilocuentes discursos. O por el contrario:
¿Podemos confiar en que tendrá virtualidad –y no devendrá en paripé- la tenazmente negada comisión de investigación de los fraudulentos expedientes de regulación de empleo? ¿Se derogará la Ley del Sector Público Andaluz sacada adelante con el anterior rodillo parlamentario y la pusilánime abstención de Izquierda Unida? ¿Será el final de la prepotencia, del desprecio al Estado de Derecho, de la huida del Derecho Administrativo y del enchufismo legalizado vía Ley 1/2011, como han sentenciado los propios Tribunales? ¿Recuperarán los funcionarios el poder adquisitivo anterior al tijeretazo socialista? ¿De verdad no habrá recortes en Educación, Sanidad, Pensiones e Igualdad? ¿Subsistirán las Ofertas de Empleo Público enarbolando los principios de igualdad, mérito y capacidad en detrimento del clientelismo?
Si es así, ¿de dónde sacarán la pasta? ¡Ah, ya… que Rajoy no se estira... !.
Francisco Romero, presidente de la Asociación El Tercer Lado.
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