El Tercer Lado, después de un tiempo, camino
ya de los dos años, de apatía, abulia y ostracismo tras lo que
resultó ser una lucha desgastadora e imposible contra la degeneración y la
corrupción, en un quimérico intento de conseguirlo, retoma su contacto con el
mundo exterior (¡toc, toc!, ¿hay vida?) coincidiendo con el inicio de la X
Legislatura del Parlamento Andaluz.
Susana Díaz, como candidata del partido
más votado en las pasadas elecciones autonómicas se enfrentará en los próximos
días a una ceremonia de investidura, más bien de la confusión, en la que no
tiene nada claro su nombramiento como presidenta electa de la Junta de
Andalucía.
Si el vocablo estabilidad ha sido la clave
durante la precampaña, durante la campaña y tras los comicios las palabras
transparencia y justicia, sobretodo la primera, se han convertido en anagramas
de su discurso: “la transparencia es
fundamental para recuperar el prestigio de la política y la confianza en las
instituciones, es el mejor antídoto y la mejor lejía que tiene la
corrupción”… “cuando la gente se salta
la ley pasa lo que pasa, y lo que tiene que hacer la Justicia es actuar”… “lo
positivo es que se detecte, que se actúe y que los culpables lo paguen cuanto
antes”… “cuanta más luz y más transparencia haya en todos los contratos,
subvenciones y ayudas, cuanta más transparencia tengan las actuaciones, va a
ser mucho más difícil que se den casos de corrupción”…
Parole,
parole, parole… porque en seguida nos preguntamos si en su anterior etapa como
heredera de la más alta institución de Andalucía, además de serlo, también
ejerció como presidenta; si, de igual forma, este tiempo atrás ha estado de
invitada, de testigo o de mera observadora del devenir regional. Sus palabras
evidencian que, o no se entera del habitual funcionamiento de la Administración
Andaluza, o no le interesa admitir, para a continuación enmendar, los graves
casos de corrupción, muchos ya judicializados, que se han perpetrado y aún hoy
se siguen cometiendo.
Y es que habla y presume de transparencia
en una administración donde son mayoría las Asistencias Técnicas, y otros
muchos tipos de contratos, cuyas tareas pueden ser realizadas por el personal
propio de la administración, sin sobrecoste alguno. ¿Por qué esa decidida
apuesta de los dirigentes políticos de la Junta de Andalucía -qué ocultos
intereses los motivan- por la externalización, por el despilfarro y, en
definitiva, por el saqueo de las arcas públicas, que es su consecuencia? ¿Por
qué son siempre las mismas empresas y personas físicas las que,
repetitivamente, figuran como beneficiarias de dichos contratos?
Y es que habla y presume de transparencia
en las subvenciones y ayudas en una administración donde se evidencia -mientras
se mira para otro lado- que el uso de las cuantías concedidas se utilizan para
fines distintos de los que motivaron dicha concesión, lo que viene siendo norma
habitual en la mayoría de consejerías y agencias de la Junta de Andalucía,
entre las que destaca de forma especial la Consejería de Economía, Innovación,
Ciencia y Empleo y su administración paralela.
Y es que habla y presume de transparencia
en las actuaciones en unos departamentos donde se niega el trabajo y también el
acceso a la información a sus funcionarios; donde la propia gestión y las
justificaciones de las ayudas públicas se verifican contra legem, no por
personal funcionario, sino por personal contratado o interino, necesariamente
menos instruido y, sobretodo, más maleable, como gustan a los Jefes al Servicio
del poder político; donde a algún que otro responsable último de la
verificación y control de la legalidad de los procesos se le costea un Master
con cargo al presupuesto de la Junta de Andalucía, gastos de desplazamientos
quincenales a Madrid incluidos. ¿Por fin se han descongelado las ayudas de
Acción Social? En la citada consejería seguro que sí, siquiera parcialmente.
Ya que nunca se produjo, y aún sabedores
de que puede convertirse en un enésimo intento, estéril y baldío, desde el
Tercer Lado soñamos, ilusos y románticos nosotros, con que este momento de
inicio de una nueva legislatura suponga un punto de inflexión que permita
corregir y superar los “males” que históricamente asolan a la Administración de
la Junta de Andalucía, donde, de verdad, se aplique la transparencia como un
modo de funcionar y no como una moda; donde se apruebe de una vez por todas una
ley reguladora del ejercicio de altos cargos, en el que la austeridad, los
comportamientos ejemplares y la vocación de servicio público sean la norma, la
continua exigencia y no la excepción.
Medidas todas ellas que, junto a otras que
viene reclamando la ciudadanía, como la aprobación de una Ley del Estatuto
Básico del Empleado Público delimitadora de las potestades administrativas,
dificultarían y reducirían la podredumbre y la sangría de fondos públicos que
supone la corrupción. Eliminarla es una quimera; combatirla, una necesidad.
La implantación de estas medidas no es más
que un problema de voluntad. Y hasta ahora ésta no ha existido, ni siquiera a
través del Acuerdo por Andalucía PSOE-A e IULV-CA en el que se contemplaba. Ha
llegado la hora (ya vamos con enorme retraso) no solo de exigir la
responsabilidad que corresponda a los gestores políticos que propicien
actuaciones corruptas y a sus colaboradores necesarios, sino también a los que
las hayan facilitado en el pasado.
En definitiva, doña Susana: llegado el
caso, menos hablar y más actuar.
www.eltercerlado.com
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