El
pasado jueves en Por Andalucía Libre nueva reflexión de Max Estrella -cesante
de hombre libre- en que, ahora más que nunca, atañe a todos. Valgan sus
acertadas palabras como merecido reconocimiento a su labor: “Lo” de Guillermina
es “lo” de todos. ¿Nos enteraremos alguna vez?
Hoy la víctima lleva el
nombre y el rostro de Guillermina; como ayer llevó el rostro sereno y
patriarcal de Teodoro –tan parecido, según la imagen que publicaron los
papeles, a Fray Leopoldo de Alpandeire-, o el de Pedro, o el de Carmen, o el de
José María, o el de tantos otros rostros anónimos que han padecido, que
padecen, la represalia cruel por el delito de haber plantado cara a la tiranía.
Sí, digo tiranía y digo
tirano; porque tirano, según Aristóteles, es quien mira más a su provecho
particular que al común. Aquí, en la administración de un régimen gobernado hoy
por la hidra policéfala, de mirada letal y ponzoñoso aliento, incurre en delito
quien opone la majestad de la Ley –expresión del interés común- a la voluntad
del tirano. Puede ser que me repita, que ya lo haya contado, si es así pido
disculpas, en cierta ocasión tuve la osadía de indicar en un informe la escasa
consistencia jurídica de una orden del Consejero de Salud, cuyo contenido violaba
descaradamente lo establecido en una ley. Tratando el asunto, el secretario
general técnico me espetó ríspidamente: ¿Quién te has creído que eres para
llevarle la contraria al Consejero?
¿A quién le cabe duda a
estas alturas de que a este gobierno, continuación de los que le han precedido
en treinta años, es decir, a este régimen, le molesta la Ley? Para este régimen
la ley es un obstáculo; por tanto, la elude; o la retuerce. Nunca, como ahora,
ha sido más fácil comprobarlo, cuando diariamente los medios de comunicación
–no confundir con Canal Sur, por favor- llenan sus páginas con dos ejemplos
paradigmáticos: el escandaloso robo durante una década de los fondos destinados
a las políticas de empleo –vulgo, ERE; o el rollo de los ERE, para el Consejero
de Justicia-; y la menos escandalosa, aunque más grave, suplantación de la
administración legítima por una administración de partido. En uno y otro caso
se pone de manifiesto la esencia del problema: elusión del Derecho,
retorcimiento del Derecho, desprecio del Derecho.
Esa es la cuestión
fundamental. Esos son los términos del conflicto: estar sometido a la Ley
versus estar por encima de la Ley.
Por tanto, no puede
sorprendernos que los lacayos del régimen reaccionen con fiereza ante la mera
invocación de la ley; es como meter los dedos en la llaga fétida y supurante
por la que padecen; es como mostrarles la cruz a los vampiros.
Obviamente, el trabajo
sucio no lo hacen los que mandan. Suelen servirse de personas –llamémoslas así-
de condición lacayuna, que hay gente tan vil que hacen carrera sólo por los
méritos de su sumisión y falta de escrúpulos. Que se anticipan a los deseos del
capo, haciendo exhibición de talento para la crueldad, con métodos, incluso, de
sutileza jesuítica. Como en el caso de Guillermina, con la innovadora técnica
del acosador ausente.
Lo malo es que no se
trata de retórica. Hablo de personas, y hablo de sacrificio, y hablo de
sufrimiento. Hablo de ilusiones pisoteadas, de legítimas y nobles expectativas
agraviadas. Hablo de personas postergadas y ultrajadas. Hablo de humillación.
Y aun lo peor no es eso.
Lo peor es que haya gente –dentro y fuera- que contempla inconmovible la
injusticia y el sufrimiento, como si se tratara de una representación, ajena a
la realidad de sus vidas. Lo exponía muy bien Alberto Manguel en el prólogo a
la edición de 2004, de un libro de hace ocho siglos, “La leyenda dorada”, de
Santiago de la Vorágine: “…inundados por imágenes de sufrimiento en las que lo
ficticio se confunde con lo real…nos cuesta imaginar el sufrimiento ajeno. Lo
vemos, pero no lo sentimos”.
Para esos, insensibles,
tibios, hago mías las palabras del Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no eres
ni frío ni caliente… puesto que eres tibio… voy a vomitarte de mi boca”.
Piensan que no les concierne la injusticia. Piensan que quien la padece la
merece, por no hacer como ellos, inhibirse. No saben que si todos fuesen como
ellos, estaríamos aún más sometidos. Creen que están a salvo porque ven, oyen y
callan. No saben que –como dijo Quevedo- para el tirano, igualmente es cómplice
el que calla como el que responde.
A esos les decimos:
mañana seréis vosotros, o vuestros hijos. Entonces, demasiado tarde,
comprenderéis.
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